Esta opinión la armamos junto con mi hermano; y surge gracias a las entrevistas realizadas a Nelson Reascos (decano de la Facultad de Sociología) y Alfonso Laso (periodista deportivo).
Qué que más cotidiano que a alguien le guste el fútbol...
Qué que más cotidiano que a alguien le guste el fútbol...
El fútbol sólo se puede comprender desde la base misma de lo social y lo cotidiano; su aprehensión supera las propias barreras del deporte y se extiende hasta ámbitos inimaginables. Es un juego para el mendigo y el empresario, para el africano y el albino, es un juego sin dueños pero de todos.
Hace aproximadamente cuarenta años, el deporte, y específicamente el fútbol, se constituyó en uno de los aspectos identitarios de nuestra nacionalidad. No obstante, no fue hasta hace ocho años que el fútbol se convirtió en ese referente (aunque efímero, referente al fin) que nos pavimenta un camino hacia una autoestima menos abatida. Existen logros en el mundo técnico y académico que también forman parte de este pelotón que estimulan la autoestima nacional. Sin embargo, el deporte es lo más vitrinal, y por ende, lo más manejado por los medios; tanto así, que incluso ha logrado una revalorización étnica. Posiblemente el deporte sea una de las pocas actividades donde podemos encontrar un estereotipo que se acerca, de manera más fidedigna, al ecuatoriano. Agustín Delgado, Martha Tenorio, Jefferson Pérez, son hombres y mujeres que se asemejan más al ciudadano ecuatoriano común.
Inmersos en la seriedad y hermetismo académico, muchos cuestionarán la validez del fútbol como un tema de discusión nacional. Aún manteniendo este criterio, tenemos que coincidir en que el fútbol es el asunto más serio dentro de lo poco serio; y es que cómo explicar que un juego, algo tan sencillo como eso, ocupe un lugar tan significativo en la sociedad ecuatoriana y mundial.
El papel del fútbol en una comunidad como la nuestra, va más allá de dos horas de catarsis espiritual donde un individuo puede descargar todo el estrés de una semana laboral. El deporte es una de las actividades que nos brindan la posibilidad de sentirnos un poco más humanos, con pasiones y arrebatos, de volver, de cierta forma, a sentirnos niños. De ahí que la actividad futbolera y todo lo que conlleva, no resulte intrascendente. Esto explica que artistas de la magnitud de Galeano, Onetti, Fontanarrosa, entre otros, hayan puesto sus ojos en el fútbol. Es una arte efímero, desenfadado.
Si bien el fútbol ha ganado un gran espacio en nuestra sociedad y por ende en los medios de comunicación con la clasificación al mundial, todavía estamos lejos de ser un país futbolizado. El éxtasis del balompié no es duradero y se sabe que no incide determinantemente en la vida del aficionado. Se podría considerar, más bien, que somos una sociedad novelizada: con novelas en todos los canales y con la tranquilidad de su rentabilidad, en proporción se ven más novelas que partidos de fútbol.
Más allá de esto, este deporte no deja de ser una industria capaz de mover a 3 800 millones de personas (espectadores de la final de la copa del mundo en el 2002). Ha permitido, además, que se le unan otras corrientes sociales para que, aprovechando el éxito deportivo, crezcan y lucren al mismo tiempo. Las empresas publicitarias han sabido tomar ventaja de la fiebre mundialista para crear un público propenso para el consumo de todo tipo de producto referente al fútbol. Sin embargo, con el apoyo de estas mismas empresas, organizaciones caritativas y dirigidas por los propios futbolistas, pueden contar con los recursos que ellos necesitan para hacer su trabajo, básicamente social. En este sentido y bajo esta consideración, el fútbol ha logrado que varias organizaciones se involucren en menesteres de ayuda social y apoyo logístico para los sectores marginados. Fenómeno que ningún otro actante social ha conseguido.
Después de todo, la conquista futbolera en una sociedad con tantas carencias, ha permitido al ecuatoriano creer que los más altos objetivos son posibles.
Después de todo, la conquista futbolera en una sociedad con tantas carencias, ha permitido al ecuatoriano creer que los más altos objetivos son posibles.
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