...entonces, ahí nos hablamos.
Esas fueron las últimas palabras de Joaquín al teléfono. No un chao, que duermas bien, que descanses, sueña en mí, o cualquier otra frase rápida y fácil que sirva de epílogo de una conversación telefónica que, con mucho esfuerzo de ambas partes, se prolongó por media hora. No fueron pronunciadas, obviamente, oraciones como te quiero mucho o, peor aún, te amo.En realidad, y con exactitud, Alejandra y Joaquín hablaron por 27 minutos y unos pocos segundos más. Los segundos necesarios para la despedida de Joaquín: entonces, ahí nos hablamos. La pausa que, por motivos de puntuación, se expresa con una coma, representa casi la mitad de los segundos transcurridos durante la frase. Con exactitud, entonces, la última expresión que despidió la llamada duró 4 segundos. Si bien la relación apenas empieza, muchos coincidirán si decimos que el tiempo dedicado por Joaquín, casi efímero, para despedir a Alejandra, es el primer desacierto como novio. No sabemos, o al menos yo, como su narrador[1], los motivos específicos por los cuales el novio no se empeñó en insinuar palabras de cariño y aprecio hacia la novia. Sin embargo, podemos especular. Ejercicio, además, indispensable, debido al espacio otorgado a la imaginación, para escribir un relato. Por un lado, podemos suponer que Joaquín teme al compromiso con una muchacha. Lo cual implicaría muchas inseguridades y traumas que, por efectos de composición del cuento, no serán explicadas. La otra opción: que simplemente se haya arrepentido del compromiso recientemente adquirido. Pero no descartemos, ni más faltaba, la posibilidad de que, la enorme ilusión que Alejandra produce en Joaquín, provoque en el interior del hombre una suerte de contrasentido en el que las palabras deciden el curso contrario de las intenciones. O, simplemente, algo se dijo en esa charla que no dio lugar a otra despedida.Entonces, ahí nos hablamos... ¡Vaya frase para despedir a la novia! O quizá Alejandra, que derramó su vaso de limonada mientras hablaba, quedó en llamarlo después de secar su ropa.
[1] La intención irónica de esta última aseveración es evidente. Si yo, como narrador y dueño de la historia, no conozco algún aspecto de la misma, menos ustedes como lectores. La aclaración la hago para la tranquilidad de los más ortodoxos en las técnicas de narración. Para mantener, como si fuera ley, la consistencia en el relato.
miércoles, 20 de junio de 2007
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